La alegría de ser hijos de Dios

ALEGRAOS, NO TEMÁIS, EL SEÑOR HA RESUCITADO

Nuestro corazón y nuestra mente se nublan con frecuencia. Nuestras preocupaciones, miedos y debilidades a menudo ocupan nuestros pensamientos y alteran nuestro ánimo. Es en estos momentos cuando la presencia de Jesucristo, Luz sobre las tinieblas y Alimento de nuestro espíritu, nos consuela al recordarnos, como a Moisés, que Dios está con nosotros.

Esa certeza es la que celebramos durante el tiempo de Pascua, en el que conmemoramos que Dios Padre no solo no nos abandona, sino que nos ofrece el sacrificio de su Hijo, Cordero de Salvación, para que, mediante el Testimonio de su Palabra y su victoria sobre el mal, nos libere del manto de pieles que envuelve el pecado original y nos vista con la suave túnica de lino de la promesa del Reino de Dios.

Por ese motivo, nuestro corazón se llena cada día con el gozo de la Resurrección y nos recuerda que la alegría forma parte esencial de nuestra condición de hijos de Dios y hermanos en Cristo.

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La Cruz Vacía

Hoy es Sábado Santo.

Jesús ha muerto; desgarrado por la traición de los que le aclamaban apenas hace unos días; desolado por el dolor de nuestros pecados; roto por la injusticia que gobierna el mundo; desconsolado por los que sufren el látigo de la marginación, la explotación y la ignorancia; abatido por los que pervierten la Ley de Dios.

Jesús ha muerto por nuestros pecados.

Ha bajado a los infiernos para redimir nuestros males y para purgar el pecado que arrastramos desde el principio de los tiempos. Con su amor infinito, se ha entregado en cuerpo y alma a la voluntad de Dios Padre, para que se cumpliera lo que estaba escrito.

Ante nosotros, solo queda una cruz vacía.

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Únete al dolor de tus hermanos (ejercicio espiritual)

En estas líneas quiero compartir contigo un ejercicio espiritual inspirados en los Itinerarios de Oración Ignacianos que estoy siguiendo y que, por cierto, recomiendo encarecidamente.

Sentí la inspiración de este ejercicio mientras realizaba una meditación sobre el dolor ajeno, y acerca de cómo Dios intercede por nosotros y penetra en nuestra humana dimensión, para ayudarnos a sobrellevarlo y aliviarnos su pesada carga.

El objetivo de este ejercicio es acercarnos al dolor de nuestros hermanos. Unirnos a ellos en su desventura y su tragedia para, de este modo, aprender a comprender y compartir sus heridas, acrecentar nuestro hermanamiento hacia ellos, nuestra empatía y nuestra solidaridad. Si no de otro modo más activo, al menos podemos, a través de la oración, ayudarles a sobrellevar su cruz, a pedir que la misericordia de Dios se acuerde de ellos y a que nosotros mismos recordemos que, incluso en las circunstancias más terribles de nuestra vida, Dios está presente, a nuestro lado, y nos envía a Jesús a ayudarnos a sobrellevar el peso de nuestra cruz particular.

Porque solo aprendiendo a compartir el dolor ajeno y a mirarlo a través de los ojos piadosos de María, podremos aprender a ayudar a quienes más lo necesitan, y a mostrarle el alivio y consuelo que Jesús nos ofrece en cada situación de nuestra vida.

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En la UCI

Cierra los ojos al mundo que te rodea. Respira profundamente. Ábrelos de nuevo a través de la mirada de María.

La luz es cegadora. ´Súbitamente, cierras los ojos de nuevo.

Los vuelves a abrir lentamente, con precaución, mientras te adaptas a la luz que te rodea.

Solo ves el techo blanquecino. No puedes girar la cabeza.

Desde esa postura, llegan a tus oídos un centenar de sonidos electrónicos. En su día, pensaste que nunca podrías dormir con todo ese enjambre de ruidos a tu alrededor. Qué equivocado estabas.

Entre los sonidos, percibes el ritmo acompasado de un fuelle mecánico. Caes en la cuenta de que ritmo se corresponde con el aire que sientes regularmente llegar a tu mascarilla respiratoria.

El contacto de la mascarilla sobre tu rostro te llaga, pero no tienes fuerzas para hacer nada. Solo puedes intentar respirar y mirar al techo. Y sobrevivir un minuto más.

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La Refugiada

Cierra los ojos al mundo que te rodea. Respira profundamente. Ábrelos de nuevo a través de la mirada de María.

Lo primero que sientes es el suelo. Está duro y frío. Estás sentada en él.

Intentas moverte. Te cuesta. Te duele todo el cuerpo. Estás cansada, agotada.

Miras tus manos. Son unas manos ancianas, curtidas con arrugas por el paso del tiempo y las visicitudes. Obsérvalas con detenimiento. Están sucias y descuidadas. Sientes frío en ellas.

Prestas atención ahora a tu ropa. No es la ropa que te gustaría llevar. Está sucia, ajada y envejecida, como tus manos. No sabes de dónde ha salido esta chaqueta ni a quién le perteneció antes. Pero no abriga lo suficiente.

Miras hacia arriba. Estás al aire libre. Estás sentada en la tierra. No hay techo sobre tí, solo un cielo gris, que amenaza lluvia.

Miras a tu alrededor. Hay cientos, tal vez miles de personas que te rodean. Algunas están solas como tú. Otras están sentados en grupos. Muy pocos han conseguido algo con lo que encender una pequeña hoguera en la que calentarse.

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Deja que el Adviento te corone

Quedan cuatro semanas para Navidad; el invierno se aproxima a nuestra puerta. Los termómetros se desploman, la lluvia arrecia. El reloj se acelera; el día encoge. Hoy nace el Tiempo del Adviento.

Casi sin darnos cuenta, a nuestro alrededor el ruido aumenta de volumen. Deslumbrantes luces de neón. Anuncios de perfumes. No se qué sobre un viernes negro. Jingles enlatados. Saludos bienintencionados que no suenan sinceros. Sed consumista. ¡Compre su boleto de Lotería de Navidad antes de que se nos acabe, oiga! Ruido, ruido y más ruido.

Y en nuestro interior no es muy diferente. Alguien ha debido subir el volumen casi al máximo. Qué le compraré este año a mi pareja. No sé qué ponerme para las fiestas. Cómo le digo a mis yernos que quiero pasar las fiestas tranquilamente en mi casa. Qué ponemos de primero en Nochebuena. Cómo diantres voy a pagar los regalos de los niños. Todo es ruido.

Pero Dios no vive en el ruido. Es más, el ruido es el mayor enemigo de Dios. Dios no grita. Susurra, conversa amablemente, casi se podría decir que sisea. Es imposible oír lo que nos quiere decir, absurdo intentar mantener un diálogo fluido, está descartado sentir su fuerza y su palabra en nuestro interior sin rodearnos primero de silencio.

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Preparación del Adviento

El Adviento es el tiempo litúrgico de esperanza y preparación de la llegada de Jesucristo. En este tiempo recordamos cómo todas las profecías sobre la venida del Mesías se cumplen con el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. No en vano, el origen latino de la palabra Adviento significa Venida.

La tradición del Adviento se remonta en el tiempo más de dos mil años. Para poder ayudar a los fieles, en su mayoría dedicados a la agricultura, el antiguo calendario de la Iglesia era estacional y concordaba las fechas de la celebración de los ritos y festividades más señaladas con las labores propias de sus creyentes. ​De este modo, no es casualidad que el Adviento coincida con la aproximación del invierno y la llegada de los días cortos y oscuros que preceden al tiempo de la Navidad.

El Adviento es, como decíamos, el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo durante las cuatro semanas previas a la Navidad. Es un tiempo propicio para reflexionar sobre el amor de Dios y preparar nuestro espíritu para recibir en nuestro corazón al Hijo de Dios.

San Bernardo se refiere al Adviento como el tiempo de espera y de preparación para la venida de Jesús a nuestro corazón, representada en la Luz que trajo a nuestro mundo para vencer al hombre viejo; Luz de amor y esperanza que sigue viva entre nosotros y que vendrá al final de los tiempos para llevarnos en la vida eterna junto a Dios nuestro Señor.

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La fuerza de un grano de mostaza

El evangelio de hoy nos remite a Lucas 13, 18-21. Sin embargo, para referirme a este pasaje, me vais a permitir que me tome la licencia de citar el mismo episodio en las palabras más poéticas de Mateo, por una simple cuestión de preferencia personal de estilos (como se suele decir popularmente, «para gustos, colores«).

El texto viene a decir lo siguiente:

También les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas». Después les dijo esta otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa». Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: «Hablaré en parábolas anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo»

(Mateo, 13, 31-35)

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La serenidad, camino de santidad

A lo largo del tiempo que pasó entre nosotros, Jesús nos dejó un maravilloso legado de lecciones de vida que habrían de servirnos para preparar nuestro camino hacia la vida eterna.

Las enseñanzas de Jesús fueron de muy diversa índole. Algunas son universalmente reconocidas y han inspirado ríos de tinta entre las mentes más privilegiadas de la humanidad. Otras son, quizás, más sutiles, pero derrochan igualmente doctrinas de sabiduría y bondad cristianas.

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¿Cómo puede permitir Dios esta pandemia?

Esta vez me vais a permitir que me salga un poco del tono habitual de este blog para compartir una experiencia grupal. Hace unas semanas sugería un tema de conversación al grupo de oración en el que participo. El tema, y aviso que no es baladí, se articulaba en dos preguntas:

  • ¿Por qué ha permitido Dios que suceda esta pandemia?
  • ¿Dónde está Dios en esta pandemia?

Honestamente, vaya melón había abierto… Han pasado tres semanas y aún seguimos dándole vueltas. Y creo que podríamos estar así por meses y años. Y es que, de forma bastante ingenua y sin consciente de ello, acababa de poner sobre la mesa uno de los debates más profundos, apasionantes y antiguos a los que se han enfrentado, a lo largo de los tiempos, los mayores pensadores, filósofos y teólogos del mundo entero.

Intentaré, con la mejor de mis intenciones, aportar algo de luz sobre las modestas conclusiones a las que hemos llegado respecto a ambas cuestiones.

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