Emaús está en tu barrio

Durante toda esta semana, primera de Pascua, revivimos los episodios acaecidos durante los primeros días después de la Resurrección de Jesús. En las lecturas de estos días, vemos cómo Jesús se aparece primero a las mujeres que acuden a visitar el sepulcro, a los discípulos que caminan hacia Emaús después, y, posteriormente, a la reunión de sus Apóstoles.

En todos estos casos, y también en varios posteriores, se repite un mismo patrón. Jesús aparece de imprevisto, y se desvanece con la misma prontitud. En realidad, pretendía escribir que Él aparece «cuando menos se lo espera«. Pero, reflexionando un poco, creo que esa expresión no sería en absoluto cierta. Porque, tanto las mujeres, acompañadas por María Magdalena, como los discípulos de Emaús y, por descontado, sus Once Apóstoles, esperaban ansiosamente reencontrarse con Jesús. Lo deseaban con todas su fuerzas. Él estaba constantemente en sus ánimos y en sus pensamientos. Y Jesús, en todos los casos, les escucha y se materializa ante ellos.

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¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya!

Domingo, 12 de abril de 2020, Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.

«Pues hasta entonces no había entendido las escrituras: que Él había resucitado de entre los muertos».

Juan, 20, 1-9

Hoy es el día más importante y dichoso en la vida anual de todo cristiano. Ni la Navidad, ni el Viernes Santo ni ninguna de las festividades y conmemoraciones que celebramos a lo largo del año tienen tanta importancia como la que tiene este día. Porque es precisamente a través de la resurrección como El Señor permitió a sus discípulos entender el verdadero significado de Sus Palabras, animándolos a empezar así la labor apostólica que ha durado hasta nuestros días.

Podemos encontrar muchas y muy sabias reflexiones acerca de este momento y de las lecturas de estos días. Como sucede en cada párrafo y renglón del Antiguo y Nuevo Testamento, hay tantos detalles, tantas señales, tantos matices en los que poner nuestra atención… Personalmente, hoy quiero reflexionar sobre tres detalles concretos que hoy me han llamado la atención y me han dado mucho que pensar.

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La homilía de Viernes Santo de 2020 que nunca olvidaremos

Probablemente, el 10 de abril de 2020, Viernes Santo, sea un día que difícilmente olvidaremos en nuestra vida. Vivir la Pasión del Señor durante este período tan difícil de nuestras vidas es algo que nos va a marcar para siempre, para bien y para mal, queramos o no.

Pasarán muchos años y seguiremos recordando en nuestras memorias las imágenes de la Catedral de San Pablo con sus puertas cerradas y con la asistencia de apenas una docena de fieles, distanciados entre sí y privados del calor de su hermandad, como dictan las estrictas normas que nos protegen de la terrible pandemia del coronavirus que azota el mundo.

Pero de entre todos los recuerdos que conservaremos, estoy convencido que se nos quedará grabado a sangre y fuego las palabras del padre Raniero Cantalamesa, Predicador de la Casa Pontificia. Las sabias y emotivas reflexiones del fraile capuchino pronunciadas ante la atenta mirada de Su Santidad, Francisco I, quedaron impresas entre los muros de la Basílica y se elevaron como una plegaria de súplica desgarrada de todos los humanos, creyentes o no, hacia nuestro Señor en el mismo día que celebramos la Pasión de Jesús.

Hemos querido hacernos eco de ellas para que todos podamos recordarlas siempre que necesitemos consuelo y fortaleza. A continuación las reproducimos íntegramente.

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Oración a La Cruz ante la pandemia

Hoy es 9 de abril de 2020, día de Jueves Santo. Más de la mitad de la Humanidad permanece confinada en sus hogares. Más de un millón y medio de hermanos han enfermado por la cruel pandemia de coronavirus que nos ataca con vileza, mientras cien mil vidas ya han sido sesgadas en apenas unas semanas.

Los primeros días de este tiempo de horror y desesperanza que nos ha tocado vivir coincidieron con el Tiempo de Cuaresma. Pareciera como si, de este modo, nos estuviera invitando El Señor a huír de todo el ruido que habitualmente nos rodea para encerrarnos por una vez en nosotros mismos, escucharnos más y mejor – qué poco acostumbrados estamos a ello -, y acercarnos a Él con humildad y confianza. El confinamiento al que estamos todos sometidos es una maravillosa oportunidad para ello. Nos permite vivir la Cuaresma desde un prisma más empático y solidario al que nunca jamás hemos experimentado, compartiendo la soledad y el recogimiento que acompañó a Jesús durante sus cuarenta días de retiro en el desierto.

Una vez iniciada la Semana Santa, y si hemos aprovechado estos días previos para hacer ese ejercicio de reflexión, estaremos por fin en disposición para alzar la vista hacia El Madero donde nuestro Señor Jesucristo dio Su Vida por nuestra salvación para, con recogimiento y devoción, encomendarnos a Su Divina Misericordia y poner en Sus Misericordiosas Manos todo el sufrimiento que nos embarga, como tributo y sacrificio por Su Pasión.

Para hacer este ejercicio de oración, os proponemos ofrecer al Altísimo algunos de los miedos y sinsabores que nos atenazan estos días, para ponernos en Sus Manos y aliviar, con cada uno de ellos, el sufrimiento que Jesús pasó en la Santa Cruz.

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